Estamos en el centro de San Pablo. Un edificio de apartamentos: 7 pisos, 28 habitaciones, 107 residentes que tienen en común la adicción al crack y, a menudo, el color de su piel. A lo largo de varios meses, se revela la vida en esta vivienda social que forma parte de un programa de “reducción de daños” del ayuntamiento que está a punto de extinguirse. Reacia a caer en la condescendencia habitual con la que se suelen presentar las condiciones de pobreza extrema, Maíra Bühler construye aquí un film honesto y meramente observacional.
La cineasta recorre con su cámara los pasillos, los cuartos y la terraza de la torre, mientras filma y escucha a la gente, descubriendo así sus historias y un incipiente sentimiento de pertenencia al grupo. De este modo, aunque la estancia de los protagonistas sea interrumpida por los habituales problemas —desde el fantasma del desalojo, hasta una burocracia que les exige mil y un requisitos para continuar en el lugar—, se establecen procesos asociativos que van construyendo una comunidad propia basada en la solidaridad. Pese al pesimismo que despierta lo temporal de una solución que solo parchea el problema de fondo, la película queda como testimonio de que otra sociedad es posible si se facilitan los medios.